Fuimos testigos del tercero y último de los debates entre candidatos presidenciales el cual tuvo lugar en Mérida, Yucatán, con un formato acartonado que impidió que fluyera la discusión, que los aspirantes expusieran con claridad sus ideas debido a la constante interrupción de los moderadores.
Se encajonó a los candidatos en una agenda muy rígida. Estoy seguro que eran contados los mexicanos interesados en la ciencia y la tecnología y mucho más, en cambio, los que querían conocer de manera más precisa las propuestas sobre combate a la pobreza, generación de empleos e inseguridad. El formato obligó a los contendientes a pasar abruptamente de la denuncia del pacto de impunidad entre Peña y López Obrador a las ventajas de utilizar energía eólica.
En lugar de facilitar la libre deliberación, un intercambio cara a cara, se olvidó que lo que hace atractivos los debates presidenciales es que forman parte del espectáculo político y que es, en el marco de éste, donde los votantes pueden calibrar de qué están hechos los candidatos, valorar su equilibrio emocional, sus reservas de inteligencia, su dominio de los problemas públicos, su capacidad para ver el futuro, su liderazgo.
Concluidos los tres ejercicios que programó el Instituto Nacional Electoral para dotar a los ciudadanos de mayor información y propiciar un voto libre y razonado, me permito destacar algunos aspectos que me parecen importantes.
AMLO, consciente de su ventaja en las encuestas, no asumió riesgos y se mostró conciliador. Hay, sin embargo, una faceta preocupante del líder de Morena: mostró sus limitaciones para diagnosticar la realidad y proponer políticas públicas con una perspectiva de mediano y largo plazos. No parece tener un plan de futuro. Dice uno de sus voceros, el economista Gerardo Esquivel, que “para eso tiene un equipo de colaboradores”, aunque debemos recordar que es el líder político, mostrando sus dotes de estadista, quien marca el rumbo y define la agenda.
López Obrador sigue mostrando un déficit crónico de imaginación. Para él, la corrupción explica todos los males nacionales, y eso es simplificar terriblemente la realidad. Para López Obrador erradicar la corrupción resolverá todo: la pobreza, la falta de crecimiento económico, el déficit de medicamentos en los hospitales públicos, la delincuencia juvenil. Su mentalidad está en el desarrollo estabilizador, la sustitución de importaciones, un desarrollo sustentado en el campo y no en los sectores de punta que compiten en la economía global, el viejo régimen presidencialista, el intervencionismo estatal.
No obstante, AMLO es un animal político químicamente puro. Le basta con muy poco: un gesto, una frase efectista, para conectar con la gente, para definir la agenda. Alguien lo resumió con mucha precisión: esta es una elección donde ganará no quien está más preparado y cuenta con el mejor programa, sino quien comunica sus ideas con mayor efectividad y capta con mayor sensibilidad el ánimo social. Ése es López Obrador.
La expectativa no se cumplió. A pesar de algunos momentos climáticos en los que Meade y Anaya, apoyados en su mayor capacidad retórica, cuestionaron duramente a AMLO sobre distintos aspectos, los debates no movieron las tendencias.
AMLO genera altísimas expectativas en él. Sus seguidores tienen confianza en que hará efectivas sus promesas de campaña: erradicar la corrupción con la fuerza de su ejemplo, terminar con la violencia al abrir espacios para el diálogo y la reconciliación, llevar la economía a altas tasas de crecimiento, mejorar los ingresos en la base de la pirámide social, hacer del mercado interno el pivote de la prosperidad nacional, redefinir la relación con Estados Unidos. ¿Y si esto no sucede en el corto plazo?
Lo prometido por AMLO requerirá presupuestos adicionales que tendrán que pasar por la aprobación de un Congreso y donde la divisa de sus opositores la desconfianza a su programa de gobierno. Si López Obrador ve diluirse rápidamente su bono político en el primer año como consecuencia de la lentitud de los procesos político-legislativos, los errores de cálculo de su equipo de trabajo, es muy probable que la luna de miel entre AMLO y sus seguidores se diluya muy pronto. Y no hay nada peor que un político exasperado, porque esto despierta la tentación de dar golpes espectaculares.
Organizar un nuevo gobierno, satisfacer la avalancha de demandas sociales, controlar la enorme cantidad de intereses vinculados a Morena, no será una tarea fácil. Si llega a ganar López Obrador, tendrá que demostrar de qué está hecho.