¡Ahora resulta que las encuestas estan truqueadas! Ante la publicación de estudios de opinión en torno a una mayor intención de voto a favor de AMLO (Reforma, El Financiero, Parametría), las voces del PRI se dirigen a cuestionar la solidez de las encuestas, argumentando que tenemos un altísimo nivel de no respuesta (entre 40 y 50%).
Los priístas argumentan que detrás de la no respuesta hay un importante caudal de voto oculto a favor de Meade. Se trata de priístas vergonzantes que no se atreven a revelar públicamente, porque esto resulta políticamente incorrecto, su aprobación al gobierno del Presidente Peña Nieto y su intención de sufragar por el candidato del tricolor.
La ventaja de López Obrador en las preferencias electorales tiene confundidos a los priístas que ahora descargan sus baterías contra las encuestas. Les duele el tercer lugar de Meade y la perdida de competitividad del PRI en las elecciones en curso, y más todavía el segudno lugar de Ricardo Anaya. Esos mismos sondeos, elaborados con la misma metodología, diseñados y aplicados por los mismos investigadores que despertaban en el pasado toda la confianza del PRI y servían para tomar decisiones y diseñar estrategias, ahora “no sirven para nada”, “carecen de solidez metodológica”, “adolecen de un sesgo político”, etc.
Los priístas argumentan que las encuestas ya han mostrado sus limitaciones para pronosticar el comportamiento social, y para ello citan el caso del Brexit (el referéndum instrumentado en Gran Bretaña para decidir la permanencia de este país en la Unión Europea) y el plebiscito realizado en Colombia para aprobar los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. En ambos casos, los resultados desmintieron a las casas encuestadoras. La lógica de los priístas es: si ya fallaron allá, ¿por qué no habrían de fallar aquí? Puede ser un planteamiento debatible, pero no para esconder verdades evidentes.
Contra este ánimo corrosivo, debemos decir que la industria de los estudios demoscópicos ha alcanzado un peso relevante en nuestro país, y genera insumos útiles para gobiernos, partidos y empresas. Se trata de un medio al que se le invierten muchísimos recursos en la formación de cuadros muy especializados (sobre todo en universidades norteamericanas) para realizar investigaciones cada vez más sofisticadas de la opinión pública.
La desacreditación de las encuestas y los encuestadores por parte del Revolucionario Institucional es una cortina de humo para evadir la autocrítica. ¿Por qué en lugar de dinamitar la credibilidad en los estudios demoscópicos, no procede el PRI a reconocer sus errores políticos y la necesidad de una reforma interna de gran calado? Porque buenos priístas hay muchos.
¿Por qué no aceptar que lo que está de fondo en los números que revelan las encuestas es un voto de castigo motivado por el enojo social, y que la mejor manera de recuperar la confianza ciudadana es administrando lo público con eficacia y con transparencia, con apego a los principios de la democracia?
Culpar a las encuestas porque “no son confiables” es evadir la urgente reforma del partido, es desconocer el agotamiento de un modelo de ejercicio de la política que ya no resulta congruente con los valores de una sociedad cada vez más crítica, plural y educada, inmersa en las redes sociales, abierta a la alternancia.
El PRI llegó con una marca muy devaluada a estos comicios. Por eso buscaron atraer a los indecisos con la figura de un candidato ciudadano. La operación fue un fracaso: Meade era demasiado ciudadano para los priístas y demasiado priísta para los ciudadanos. Incapaz de posicionarse como un outsider, Meade terminó por rendirse al viejo aparato. Ganó el pasado. Carlos Romero Deschamps se impuso sobre Luís Donaldo Colosio.
La mayor identidad entre partido y candidato, sin embargo, no ha servido para relanzar la campaña de Meade. El PRI enfrenta el peor momento de su historia pues no solamente cederá la Presidencia de la República: podría perder las nueve gubernaturas en juego e irse a la condición de tercera fuerza en las cámaras de diputados y senadores, lo cual reduciría significativamente su capacidad de decisión política, su presencia territorial y su acceso al presupuesto público. El golpe sería demoledor, pero sería arriesgado afirmar que el PRI estaría liquidado o que podría, incluso, desaparecer. Cuenta todavía con la enorme fuerza que le dan sus gobernadores, sigue siendo el único partido verdaderamente nacional.
Si el PRI, en lugar de renegar contra las encuestas, aprende la lección, actúa con humildad e inteligencia y emprende las transformaciones internas que las circunstancias exigen, ganarán no sólo sus militantes y simpatizantes, millones en todo el país. Podríamos ganar todos los mexicanos con un partido moderno, congruente con sus mejores tradiciones, pero abierto al futuro.
El cambio para el PRI no es una opción, es un imperativo si quiere seguir pesando en el sistema político mexicano.