Estamos inmersos de lleno en las campañas políticas, con los cuatro candidatos a la Presidencia de la República buscando impactar a los potenciales votantes con sus propuestas y posicionamientos.
La construcción de la oferta, del programa de gobierno, de la hoja de ruta que cada uno habrá de presentar, es el elemento que debería ocupar en este momento el mayor esfuerzo político, intelectual, técnico, científico y social por parte de los respectivos equipos de campaña.
Es un trabajo arduo, requiere acumular masa crítica conformada por investigadores, expertos académicos, especialistas en los distintos temas de la agenda. Sin duda hay muchos temas, pero creo que hay al menos tres que concentrarán la atención de los mexicanos y que serán decisivos para calibrar la consistencia, solidez y seriedad de la oferta política de los contendientes: combate al crimen y la inseguridad pública, lucha contra la corrupción y la impunidad, y crecimiento económico y generación de empleo.
Quien convenza de que cuenta con las respuestas adecuadas a estos tres grandes tópicos que son los que más preocupan a la ciudadanía, así lo reflejan todos los estudios de opinión, tendrá sin duda una enorme ventaja sobre sus contrincantes. Por si fuera poco, la lista no se agota ahí, hay muchos más campos que exigen un tratamiento serio por parte de los candidatos: infraestructura, agua, reducción de la pobreza, educación de calidad, acceso universal a la salud, reconstrucción del tejido social, regeneración urbana, relación con los Estados Unidos, y así un largo etcétera.
Pasó la etapa de las precampañas, de los rounds de sombra, como dicen en el boxeo. Ya no hay espacio para la retórica, para los juegos de palabras, para la subjetividad ni mucho menos para la evasión: todos quieren, todos queremos, escuchar qué van a hacer los candidatos en caso de ganar los comicios. Es hora de exponer estrategias, políticas públicas, andamiajes institucionales, marcos legales que ayuden a resolver los temas de interés nacional.
Estamos ante un asunto no sólo de eficacia, sino de responsabilidad de parte de los candidatos y sus equipos de campaña. La política es el arte de construir lo posible, es la herramienta para transformar la esfera pública. Es la hora de demostrar que la política es aliada de la realidad y no su negación. Es la hora de probar que el hombre o la mujer que pide el voto ciudadano, es capaz de abordar los problemas colectivos y proponer una salida racional para arreglarlos conforme al interés colectivo.
En las campañas hay siempre un espacio para el espectáculo de la política, hay mucho de teatral. Pero lo que no podemos permitir los ciudadanos es que se imponga la coyuntura; no podemos permitir que el periódico del día dicte la agenda de los candidatos, siempre listos a reaccionar a los ataques de los contendientes, siempre deseosos de mostrar músculo para el debate político. Nuestros políticos tienen siempre la tentación de ceder a lo inmediato y olvidan los diseños de futuro.
Queremos ver el programa de cada uno de ellos, y queremos que detrás de cada propuesta venga su soporte: cuál es el problema que busca resolver, cómo y cuándo se va a instrumentar, cuánto va a costar, qué mecanismos legislativos o ejecutivos involucra, si requiere alianzas que se diga con qué actores y a cambio de qué, cuál es su viabilidad y sostenibilidad.
El día de hoy el periodista Raymundo Riva Palacio comenta en El Financiero qué es lo que precisamente no debe hacer un candidato. Y toma como ejemplo a López Obrador quien ha prometido entre otras cosas suprimir los impuestos especiales a combustibles y subsidiar la luz y la electricidad; cerrar a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad al capital extranjero; dar becas y educación superior a todos los estudiantes; construir trenes bala hacia el norte del país. De acuerdo con el citado columnista, un ejercicio hecho por analistas independientes arrojó que las promesas del tabasqueño requerirían de 80% más del Presupuesto de Egresos aprobado para este 2018, que fue de 5.2 billones de pesos. No hay dinero para pagar estas propuestas.
Estamos ante una clara desconexión entre lo deseable y lo posible. Se busca agradar a las masas a través de concesiones, halagos y promesas que muy probablemente no se van a realizar, utilizando información incompleta, manipulando los sentimientos y las emociones de la gente para conquistar el poder.
Sometamos a un análisis riguroso no sólo las de AMLO, sino todas las propuestas de los candidatos para saber quién puede conducir mejor las riendas del país. La compleja realidad mexicana exige soluciones efectivas, no palabras. Por lo pronto, yo desconfiaría de los demagogos.