La organización Latinobarómetro, con sede en Santiago de Chile, ha publicado los datos de su encuesta correspondiente a 2017. Se trata de un estudio que se ha venido aplicando de manera ininterrumpida desde hace 22 años y abarca a 18 países latinoamericanos y, por lo tanto, facilita el análisis comparativo y la evolución histórica en lo que respecta a los valores y la cultura política de los ciudadanos de la región.
Instalados en México de lleno en el proceso electoral que culminará el 1 de julio de 2018, resulta de la mayor importancia para las fuerzas políticas contendientes y sus candidatos, valorar el clima social con un electorado cada vez más complejo y sofisticado. Vayamos, a los resultados del estudio.
La encuesta identifica una preocupante disminución del apoyo a la democracia, particularmente en México, donde el respaldo a este régimen político bajó de 59 a 38% entre 2005 y 2017, es decir 21 puntos porcentuales. Sólo 18% de los mexicanos está satisfecho con la democracia, mientras en Uruguay el porcentaje alcanza 57% y en Nicaragua el 52%. 54% de los mexicanos piensa que la democracia puede tener problemas pero es el mejor sistema de gobierno, contra un promedio de 70% en América Latina y un pico de 84% en Uruguay. Estos datos muestran el preocupante desencanto de los mexicanos con la democracia y la distancia con la corresponsabilidad que implica este sistema de gobierno.
Inquietan dos indicadores que son signo de un malestar social. Uno de ellos es la percepción de que México está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio: 90% de los mexicanos está de acuerdo con esta idea, sólo superado por el 97% en el caso de Brasil. Por otra parte 8 de cada 10 mexicanos opina que existe un fuerte conflicto entre ricos y pobres. La desigualdad hiere y molesta. Usados de manera demagógica estas molestias, ello lo convierte en un gran potencial para generar violencia. En otro punto del estudio, un alto porcentaje de mexicanos se autoclasifica como de “clase baja” (47%) lo que está ligado a un sentimiento de exclusión de los beneficios que genera el mercado aunado a las profundas disparidades en el ingreso y el bienestar social. Tradicionalmente este segmento de la población engrosa las filas de los indecisos quienes, en caso de acudir a las urnas, lo hacen para votar por partidos contrarios a la fuerza política gobernante.
En México enfrentamos, no desde este sexenio, sino desde hace ya varias décadas, un deterioro sensible del sentimiento de progreso económico personal y familiar ligado al debilitamiento de los mecanismos de movilidad social (empleo formal, seguridad social, pensiones, acceso a vivienda digna, ahorro y formación de patrimonio, acceso a educación de calidad). Sólo 15% de los mexicanos cree que el país está progresando económicamente.
Y aquí está el gran reto para el candidato del PRI, José Antonio Meade. Con escasos resultados que vender en materia de renovación política de su partido, seguridad y combate a la corrupción, el exsecretario de Hacienda está buscando posicionarse como el garante del “cambio con estabilidad y certidumbre”, como el defensor de las reformas estructurales, como el hombre que sabe conducir las riendas de la macroeconomía. Todo ello en un contexto donde los potenciales electores no perciben los resultados de la política económica en sus bolsillos. En tanto, la inflación este año rebasará todas las previsiones, el dólar va al alza, y el crecimiento del PIB estará muy por debajo de las expectativas oficiales. El reto se ve francamente complicado.
Lo sucedido en los procesos electorales de la región en los últimos años, señala el documento de Latinobarómetro, habla de una intensa alternancia (Chile, Argentina y Perú tuvieron un viraje hacia la derecha). Me llama profundamente la atención la siguiente idea “los votantes van delante, la élite y los expertos, definitivamente detrás de los acontecimientos, sin poder anticipar lo que viene”.
Estamos frente a sociedades cada día menos tradicionales, pragmáticas, que es necesario estudiar y conocer, no sólo para ganar elecciones, sino para gobernar mejor y conducir a nuestros países hacia nuevos estadios de justicia, seguridad y democracia. Al perecer solo hay espacio para el rompimiento y la disrupción. Al tiempo.
Aprovecho para desearte un extraordinario 2018, querido lector. Y te dejo una reflexión que considero pertinente para este año que comienza: la política debe de convertirse más en el espacio de los ciudadanos, de todos, con más debate, crítica, propuesta y corresponsabilidad, si queremos un país mejor. Nadie puede estar más interesado en ello que nosotros, los que padecemos las consecuencias y podemos cambiar de fondo el porvenir. El voto es indispesable, pero es un instrumento pero no un fin en si mismo. La democracia es un ejercicio cotidiano de responsabilidad compartida.