Elevador social descompuesto
El concepto de movilidad social significa, ni más ni menos, la posibilidad de que una persona que nace en la base de la pirámide social, es decir en los segmentos más pobres, pueda escalar, ir hacia arriba, hasta alcanzar niveles más altos de ingreso y bienestar con base en la acumulación de capital humano o el acceso a oportunidades de empleo bien pagado, con capacitación y seguridad social (pensiones, seguros de vida y de gastos médicos, etc.).
En los últimos años se ha acuñado el término de ¨elevador social¨, para referirnos al conjunto de instrumentos de política pública capaces de promover este ascenso de los individuos de las condiciones más vulnerables hacia la clase media e incluso la clase alta. Pero ese elevador social en México está descompuesto, no permite a la gente subir de un piso a otro.
Las razones son diversas, complejas. Entre ellas, un sistema de salud pública con importantes boquetes de calidad que deja a los mexicanos más pobres expuestos a enfermedades y la acumulación de desventajas físicas y cognitivas que deterioran su productividad y sus posibilidades de construirse una historia de éxito con base en su propio esfuerzo y activos. Por ejemplo, está científicamente demostrado que la anemia y la desnutrición en la etapa infantil, prácticamente condenan a los niños a heredar en su vida adulta la pobreza de sus padres, a ello se suma la epidemia de sobrepeso y obesidad concentrada sobre todo en los sectores de menores ingresos, quienes tienen acceso a una dieta de escasa calidad, con su carga de enfermedades crónico degenerativas, como la diabetes.
Influye, también y de manera central en esta falla del elevador social, una educación pública mediocre, atrapada en el burocratismo y los intereses corporativos de los sindicatos magisteriales, que no prepara a los estudiantes para enfrentarse a un entorno laboral dominado por las tecnologías de la información y las comunicaciones, por la cultura de la innovación y el emprendimiento, la competencia y la productividad.
La investigadora de la UNAM, Iliana Yaschine, ha demostrado que el programa Oportunidades (hoy Prospera), ha mejorado efectivamente los indicadores educativos, nutricionales y de salud de los niños y jóvenes beneficiarios, pero esto no se ha traducido en una entrada más exitosa al mercado de trabajo. La conclusión es contundente: el programa no tiene impacto sobre la desigualdad de oportunidades laborales y el estatus ocupacional de los jóvenes. Más allá de contadas historias individuales de superación de jóvenes egresados del programa, la salida natural para ellos, desgraciadamente, sigue siendo la migración (uno de los factores más poderosos de movilidad social y cada vez más inaccesible debido a las políticas de Donald Trump), la informalidad o, peor aún, su involucramiento en actividades ilegales. Prospera, el principal programa antipobreza de este gobierno con un presupuesto de 80 mil millones de pesos este año, tiene averiado el elevador social. Los jóvenes se quedan en el primer piso, posiblemente llegarán al segundo o tercero, pero ninguno podrá oprimir el botón del penthouse.
Tenemos un sistema diseñado para producir y reproducir masivamente desigualdad, polarización social, exclusión y discriminación; para fracturar todo sentido de cohesión social; un sistema que nos niega la posibilidad de vernos todos a los ojos, como parte de un proyecto compartido, como habitantes de una misma casa.
Como si no nos bastara con la evidencia disponible sobre el tamaño de nuestras asimetrías, el INEGI acaba de publicar los resultados de su Módulo de Movilidad Social Intergeneracional, un estudio muy interesante que aplicó una escala cromática con el propósito de que el propio entrevistado identificara su color de piel, desde “A”, el más oscuro, hasta “K”, el más blanco.
Las personas de tez más oscura tienen menos escolaridad y perciben más dificultades para superar su situación socioeconómica. No son estadísticas, es una realidad que tiene profundas implicaciones humanas. El color de la piel es también una desventaja para conseguir un empleo decente, una beca educativa, para ser aceptado en el entorno social. Ser moreno significa una desventaja estructural. Y esto es inaceptable para la convivencia colectiva, la inclusión, la democracia y el desarrollo económico.
Tenemos que ponerle una barrera al racismo. Necesitamos reconocernos en nuestra pluralidad racial, étnica y cultural.
El tema de la exclusión por el color de piel debe preocuparnos a todos, sobre todo a los candidatos al 2018, donde el eje de la propuesta política debe ser construir un país donde quepamos todos, con los mismos derechos y las mismas oportunidades. No reconocer esta prioridad, abrirá la puerta a la demagogia y al populismo irresponsable.