Combatir la desigualdad
Oxfam –fundada en Gran Bretaña– en 1942 es posiblemente la mayor organización no gubernamental a nivel mundial. Se trata de una confederación internacional formada por 17 organizaciones no gubernamentales nacionales que realizan labores humanitarias en 90 países. Su lema es “trabajar con otros para combatir la pobreza y el sufrimiento”.
Oxfam acaba de publicar una investigación, “Una economía para el 99%”, que alude precisamente al hecho de que 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta. Los datos sobre la desigualdad son devastadores: actualmente, ocho personas (ocho hombres en realidad) poseen la misma riqueza que 3,600 millones de personas (la mitad de la humanidad); los ingresos del 10% más pobre de la población mundial han aumentado menos de 3 dólares al año entre 1988 y 2011, mientras que los de 1% más rico se han incrementado 182 veces más; los 1,810 más grandes millonarios de la lista Forbes de 2016, de los cuales 89% son hombres, poseen en conjunto la misma riqueza que 70% de la población más pobre de la humanidad. Que vergüenza e inmoralidad.
Oxfam patrocinó el año pasado el estudio “Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político”, realizado por el investigador de El Colegio de México, Gerardo Esquivel. El mismo muestra que México no canta mal las rancheras en materia de desigualdad: mientras 53 millones de personas están en situación de pobreza y el poder adquisitivo del salario se ha mantenido a la baja en los últimos 27 años (el precio de la canasta alimentaria creció 4,773% y los salarios mínimos sólo 940%, de acuerdo con el Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM), la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se ha multiplicado por cinco; 10% más rico concentra 64.4% de toda la riqueza del país.
El número de multimillonarios mexicanos no ha crecido (actualmente son 16), pero lo que sí ha aumentado es la importancia y magnitud de su riqueza. En 1996 equivalían a 25,600 millones de dólares; hoy esa cifra es de 142,900 millones de dólares. En 2002, la riqueza de 4 mexicanos representaba 2% del PIB; entre 2003 y 2014 ese porcentaje se incremento a 9%.
Estas enormes asimetrías en la distribución de la riqueza no sólo son inmorales: explican, en gran medida, la inestabilidad política y social que enfrenta el mundo actual, la inseguridad global, la emergencia de sociedades polarizadas y fracturadas; el ascenso de un ejército inmenso de perdedores de la globalización que se convierten, automáticamente, en “votantes indignados” que rechazan la política, sus actores e instituciones. Son urgentes los cambios de fondo, pero a partir de una ruta perfectamente trazada y soportada en la realidad.
Walter Scheidel, historiador y profesor de la prestigiosa Universidad Stanford, sostiene en su obra “El Gran Nivelador: violencia y la historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI”, sostiene una tesis muy polémica: asegura que, de acuerdo con el estudio de las tendencias de largo plazo de la historia, la desigualdad solo se arregla con hechos violentos.
Cita como casos destacados el largo periodo de prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial y las revoluciones rusa y china. Y este es el mayor riesgo al que nos estamos acercando.
Yo me quedo con las recomendaciones de Oxfam: hacer que los gobiernos rindan cuentas y cambien sus prioridades para trabajar a favor de 99% de la población y no sólo de 1% de los privilegiados; introducir regulaciones estatales al mercado para construir una economía más humana; revisar a fondo el papel de las empresas para que operen a favor de los ciudadanos, las comunidades y el medio ambiente, y no sólo de los intereses de sus accionistas; mejorar los ingresos de los trabajadores y hacer del trabajo digno una fuente de movilidad social; incrementar el poder de decisión de la sociedad civil en el diseño e instrumentación de políticas públicas; impulsar la equidad de género, porque la violencia contra las mujeres y su exclusión de la vida pública es una de las mayores fuentes de desigualdad; brindar acceso irrestricto a los avances tecnológicos a 99% de la población, lo que implica romper la brecha digital con la inclusión de todos a Internet y los modernos dispositivos informáticos y de comunicación (tablets, smartphones), ampliar el alcance de las energías renovables.
Combatir la desigualdad nos permitirá no sólo contar con democracias más sólidas y legítimas y con entornos sociales más seguros y menos violentos, sino que también contribuirá a la prosperidad económica al incorporar a millones de personas, hoy excluidas, que están en la base de la pirámide social. La igualdad es un anhelo que está en nuestra Constitución Política que ahora cumple 100 años. Honrémosla trabajando por un México más parejo.