Nuestro malhumor social
Los mexicanos están enojados, con todo, con todos: con el Presidente (el nivel de aprobación a Peña Nieto –de acuerdo con Consulta Mitosfky– registra el peor récord en sus cuatro años de gobierno), con los gobernadores, los presidentes municipales, los diputados y senadores, la Suprema Corte, los empresarios, el INE y las policías. La confianza en las instituciones viene a la baja de 2009 a la fecha.
El malhumor social podría explicarse, en buena parte, debido a que el gobierno ha quedado a deber en muchos temas, es cierto; pero siendo francos, no todo es negativo, hay logros: Sistema Nacional Anticorrupción; infraestructura (inversión histórica en carreteras, el nuevo aeropuerto); telecomunicaciones (drástico abatimiento de tarifas de telefonía celular, 70 millones de mexicanos conectados a Internet); inversión extranjera en niveles récord; 2 millones de empleos creados en esta administración; inflación bajo control, y un modesto crecimiento económico de 2% en promedio anual que, seamos sinceros, resulta alentador en medio de un entorno internacional muy complicado (de acuerdo con la CEPAL, el PIB de Brasil estará cayendo 3.5% este año, y el de Argentina 1.5%). No obstante, puestos en la balanza estos resultados no alcanzan a contrarrestar las malas noticias que impactan el ánimo social: la devaluación del peso, las zonas de opacidad en el quehacer gubernamental, la escandalosa corrupción de los gobernadores, el indignante bono de compensación de 150 mil pesos que se acaban de otorgar los diputados federales cuando 4 de cada 10 mexicanos ganan menos de dos salarios mínimos (es decir menos de 50 mil pesos anuales), y el preocupante crecimiento de la inseguridad (36 mil homicidios en lo que va del sexenio).
En la ola del malhumor social surge una nueva víctima de la desconfianza ciudadana: la información pública gubernamental. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Acceso a la Información Pública y Protección de Datos Personales 2016 del INEGI, 55% de los encuestados no confía en los resultados electorales, 50% no confía en la disminución de la pobreza, 49% no confía en la utilización de recursos públicos y 48% no confía en el desempeño gubernamental. Además, 45% desconfía de la información sobre seguridad, narcotráfico o delincuencia, y 37% de la información sobre los contratos de obras públicas. Y complementariamente, 82% cree que la información pública se manipula, mientras que 71% considera que ésta no coincide con la realidad. Se trata de un problema grave, ya que la información pública cumple múltiples funciones: visibiliza el quehacer gubernamental, genera legitimidad, es insumo clave de la rendición de cuentas, produce expectativas e influye en el estado de ánimo colectivo.
La empresa de estudios de opinión pública Nodo Investigación y Estrategia, ha creado una novedosa metodología para medir el humor social, que combina herramientas estadísticas con elementos psicológicos y sociológicos que ayudan a comprender y cuantificar dicho fenómeno. Nodo ha estudiado la evolución del humor social de 1988 a 2016 utilizando una escala que puede ir del estado “miedo-incertidumbre” en su nivel más bajo, hasta el “eufórico” en su punto más alto. Los tres mejores momentos del humor social se ubican a la mitad de la administración de Salinas de Gortari (1988-1994), al inicio del gobierno de Fox (2001) y al arranque del sexenio de Peña Nieto (2013). La mayor irritación social está ligada a la crisis económica de 1994 (el error de diciembre), al colapso de las expectativas frente al “gobierno del cambio” de Fox, al punto más intenso de la guerra contra el crimen organizado de Calderón y, en este sexenio de Peña Nieto, al caso Ayotzinapa y al escándalo por la Casa Blanca. Pero sigue en picada. El humor social, hoy, es el peor de los 28 años estudiados por Nodo (Este País, diciembre 2016).
Su director, Luis Woldenberg, afirma que la comunicación política elaborada “desde arriba” por el gobierno y que satura los medios con millones de spots, no ha logrado modificar la prolongada ola de irritación que permea a los mexicanos. La razón: la comunicación no ha estudiado a los sujetos a los que está dirigida, su circunstancia anímica; no toma en cuenta lo que habita en el cerebro del que escucha. Sin ello, “los mensajes y los personajes son ignorados o de plano rechazados” No es lo mismo, señala Woldenberg, dirigirse a una sociedad optimista, esperanzada, que dirigirse a otra estresada, desmoralizada, insegura de su propio futuro.
Ojalá que el gobierno cambie sus estrategias de comunicación pero, sobre todo, entienda que el humor social responde a los estímulos de la realidad, y si ésta no se transforma, el humor social no mejorará. Se necesitan resultados efectivos en todos los terrenos que al ciudadano le importan, se necesita un gobierno honesto, eficaz y enfocado verdaderamente a la producción de bienes públicos. De otra manera, los mexicanos seguirán enojados.