5 de junio, ¿qué sigue?
Los resultados electorales del pasado 5 de junio modificaron los escenarios políticos hacia 2018, y detonaron cambios a nivel de las dirigencias en tres de los principales partidos.
La de Manlio Fabio Beltrones era una especie de salida anunciada en vista de la derrota priista a manos del PAN. El sonorense es un hombre dotado de talentos políticos excepcionales, experiencia e intuición. Pero algo falló: se vio maniatado ante el poder de los gobernadores, que prácticamente decidieron en soledad quién debería sucederlos, con base en una tradición política priísta perversa y antidemocrática. Lo dejaron al timón de una embarcación sin remos ni velas. No le permitieron proponer candidatos frescos, que conectaran con las expectativas de un electorado agraviado por la opacidad gubernamental y ávido de soluciones ante la creciente percepción de inseguridad e ineficacia pública. Le toco, pues, pagar la factura.
Beltrones asumió el fracaso electoral de su partido al señalar las razones del mismo: gobiernos estatales corruptos y autoritarios, los incrementos a la gasolina, la propuesta de legalización del matrimonio igualitario con costos electorales en estados de matriz social conservadora, y una elevada impopularidad de la institución presidencial, todo esto condimentado con traiciones internas en su instituto político.
Sin embargo, no está muerto políticamente. Está llamado a ser, pese al saldo negativo del 5 de junio, un protagonista importante en la reestructuración del proyecto priista, si este partido aspira a conservar el poder. Sería inconcebible no consultar a Beltrones en materia de estrategias electorales y de ofertas de política pública, porque es quien –con su crítica visión– puede jugar un importante papel en el reacondicionamiento de un PRI capaz de ser competitivo con miras al 2018.
En el caso del PRD, su dirigente nacional, Agustín Basave, también ha renunciado. Estamos ante un partido en riesgo de una virtual extinción política, con excepción de la Ciudad de México, donde sorpresivamente le peleó voto a voto a Morena.
Es cierto que el PRD aportó una buena cuota de votos para derrotar al PRI en entidades donde fue en coalición con el PAN (como Veracruz); pero también desperdició –por la miopía y cerrazón de las “tribus” que lo conforman– una gran oportunidad de sumar votos con Acción Nacional para dar la batalla por Tlaxcala e Hidalgo. Se trata de un castigo injusto y perverso para quien, con inteligencia y pragmatismo, detuvo la caída electoral del perredismo. No faltó quien identificara como un riesgo la eventual alianza en 2017 con el PAN para arrebatarle el Estado de México al PRI, con las consecuencias que ello podría tener en 2018.
Los ciudadanos seguimos anhelando una izquierda moderna, incluyente y ciudadana. Uno de los prospectos más sonados para 2018 es Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, quien se encuentra desgastado por los problemas ambientales y de gobernabilidad en la capital de la República, y es detestado por las tribus del PRD que no lo sienten como “suyo”; los otros son Silvano Aureoles, gobernador de un estado –Michoacán– fracturado por la inseguridad y la pobreza, y Graco Ramírez, mandatario de Morelos, otra entidad capturada por el crimen organizado. Por lo pronto, a la izquierda le urge mejorar su eficacia gubernamental y construir una visión estratégica de país.
¿Y en el PAN? Es evidente el éxito de Ricardo Anaya, su dirigente nacional, que hoy está en la euforia por los resultados del 5 de junio. Le ganó el debate a Manlio Fabio Beltrones; las encuestas lo ubican prácticamente en situación de empate con Margarita Zavala por la candidatura panista para los comicios de 2018, y va en crecimiento.
Anaya, un joven extraordinariamente prometedor, tiene ante sí la obligación política y moral de impulsar un ejercicio autocrítico al interior del blanquiazul. Carga sobre sus hombros la responsabilidad de construir un partido atractivo para un electorado volátil, que mostró que está dispuesto a utilizar el voto de castigo. El PAN necesita enriquecer su oferta con una apuesta clara contra la corrupción, por la transparencia y la equidad social, acercarse a la gente, dotarse de un nuevo lenguaje ciudadano, promover la dignificación de la política, y construir un camino hacia el futuro para millones de jóvenes que se encuentran frustrados y desconectados de la política.
Acción Nacional afronta, asimismo, el reto de marchar unido hacia las próximas elecciones presidenciales, lo que significa que en el camino alguien se tendrá que bajar: el propio Anaya o Margarita Zavala. Si se fractura el voto de sus electores, el partido no logrará perfilarse como una opción ganadora.
Ante este panorama siguen faltando buenas noticias para la ciudadanía, que ve cómo los partidos políticos siguen enfrascados en la lucha por el poder y el dinero público, muy distantes de una sincera actitud de renovación, y sin un compromiso real con la revitalización de nuestra democracia.
Esto equivale a decir, simple y llanamente, que los ciudadanos tenemos todavía mucho por hacer.