Vivimos bajo el lastre del “corto plazo”. Invertimos muchísimos recursos institucionales en planes cuyo mayor alcance es de carácter sexenal (Planes Nacionales de Desarrollo, Programas Sectoriales). Nuestras clases dirigentes carecen de la capacidad congénita para pensar el futuro, para diseñar escenarios que nos permitan articular políticas públicas, presupuestos, diseños institucionales y jurídicos en un horizonte de largo plazo.
Tengo la impresión de que esta limitación para diseñar políticas públicas con visión de futuro puede deberse en parte a dos fenómenos. Primero, a que si bien hemos invertido como Nación muchísimos recursos en la formación de cuadros gubernamentales en las instituciones académicas de élite del mundo anglosajón (Estados Unidos y Gran Bretaña), donde existe una sólida inducción en el aprendizaje de herramientas de planeación estratégica, esos cuadros se topan con gobiernos que gerencian sus agendas “con el periódico del día”.
En segundo lugar, nos enfrentamos a un contexto político adverso a la planeación estratégica. La alternancia democrática, más allá de sus virtudes, genera también fenómenos perniciosos. Cada gobierno federal que arranca, sexenio con sexenio, se proclama como portador del “cambio verdadero”. Se genera, así, un ciclo permanente de renovación de las políticas públicas y de las prioridades del desarrollo cada seis años, se rompen las líneas de continuidad y, con ello, se desperdician valiosos aprendizajes institucionales, modelos probados, recursos presupuestales, capital humano. Y esa es la gran diferencia con los países desarrollados donde, no importa el partido que llegue al poder, existe un proyecto de nación, una visión de futuro, una “marca país” que todos los actores políticos, más allá de consideraciones ideológicas, consideran un imperativo promover y fortalecer.
Ello ha conducido a México al desastre que hoy vivimos en materia de medio ambiente, desarrollo urbano, infraestructura, seguridad, protección civil e, incluso, desarrollo social, donde los indicadores de pobreza siguen siendo prácticamente los mismos de hace un cuarto de siglo. La falta de una visión prospectiva tiene altísimos costos para el país.
Quisiera citar un solo caso, el del creciente envejecimiento de la población. El cambio demográfico apunta a que, hacia el año 2050, México tendrá 36 millones de personas mayores de 60 años que representarán 25% de la población. Si pensáramos con una visión de futuro, estaríamos creando desde ahora la infraestructura médica, los asilos, los esquemas de vivienda adaptada, las opciones de movilidad y los sistemas de pensiones que estos mexicanos habrán de reclamar. Pero esto no sucede, porque nuestro mapa mental está diseñado para el corto plazo. Con ello, estamos incubando un drama humano de enormes proporciones que tendrán que asumir las generaciones futuras.
La preocupación por generar escenarios de visión estratégica ha llevado al surgimiento de centros de investigación, de think tanks (tanques de pensamiento) en varios países. Casos destacados son los institutos de investigación de futuros de Suecia, Dinamarca y España. En América Latina, el Instituto de Globalización y Prospectiva Nodo Chileno y el Núcleo de Estudios del Futuro de Brasil. La clave del éxito de estos centros es que cuentan con vasos comunicantes con los gobiernos e inciden en la toma de decisiones.
En México, estos espacios de reflexión y construcción de prospectiva de política pública son aún escasos e incipientes. Pienso que el gobierno debería ser el principal agente promotor de estos estos centros de futuro en las universidades y en las organizaciones de la sociedad civil, para escucharlos y tomarlos en cuenta en el diseño de agendas con visión 2030 y 2050. Es la hora de voltear la mirada hacia los ciudadanos.
En Sonora, por ejemplo, tenemos un tema fundamental, el del agua, que sigue atrapado en la discusión política cuando estamos urgidos de propuestas de largo plazo y de soluciones estructurales.
El futuro está lleno de riesgos, pero también de oportunidades. Pensarlo y preparar las condiciones para enfrentarlo es condición fundamental para alcanzar nuestros objetivos estratégicos de desarrollo como estado y como país. El mañana ya es hoy.