La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) es una herramienta fundamental para pulsar indicadores tan importantes como la distribución de la riqueza y los niveles de pobreza en México.
Recientemente el INEGI dio a conocer los resultados del estudio correspondiente a 2012. Los mismos revelan que el coeficiente de Gini, que nos sirve para medir la desigualdad, aumentó ligeramente en 2012 con respecto al 2010. No aumentó la concentración del ingreso.
Por otra parte, el gasto corriente total promedio por hogar se situó en 33,746 pesos trimestrales, mientras que en 2010 fue de 33,618 pesos; lo que significa un incremento de 0.4 por ciento. No cayó el ingreso de los mexicanos.
Aunque los resultados no son plenamente satisfactorios, hablan de que a pesar de un crecimiento económico por debajo de las necesidades de generación de empleos y prosperidad social, el incremento de los precios de los alimentos, alineado con una tendencia mundial, e inundaciones y sequías sin precedentes históricos por el cambio climático, la mayoría de la personas pudieron conservar su nivel de ingresos y de bienestar.
Esto es una buena noticia; revela la eficacia de los mecanismos de protección social que implementó la administración de Felipe Calderón.
Sin embargo, prevalece una concentración ofensiva de la riqueza en México. En 2012, el 20% de los más ricos concentraba 51% del ingreso corriente total, mientras el 20% más pobre se repartía apenas 5%. Simplemente, inaceptable.
Mejorar este indicador es algo que involucra variables que rebasan el alcance de un sexenio: crecimiento del PIB, relaciones positivas entre lo económico y lo social, reformas fiscales que modifiquen la distribución de la riqueza, la democratización del capital humano con acceso equitativo a educación y servicios de salud de calidad, y en una sociedad donde las TIC determinan cada vez más los niveles de competitividad, el acceso en condiciones de igualdad al Internet.
Estos son factores, rezagos históricos, estructurales, pendientes de carácter generacional, que rebasan los cambios que pudieron impulsar los últimos gobiernos humanistas.
Sin embargo, no podemos desconocer, sería ingenuo, que el ejercicio del poder y de la política pública son terrenos sujetos al debate, a juicios de valor que dependen de la capacidad y visión de cada analista. Es parte de la libertad de expresión y del ejercicio de la pluralidad en la reflexión y la opinión.
Desde mi particular trinchera periodística y como responsable del diseño de la política social de la pasada administración, sólo pido una cosa: objetividad, capacidad para reconocer retos, pero también logros.
Y opino que estos datos, más los que se darán a conocer sobre medición de la pobreza, es altamente probable –de acuerdo a las tendencias de la ENIGH– que la pobreza no creció entre 2010 y 2012, deben servir no para la crítica destructiva, sino para ver hacia delante y definir las tareas pendientes.
Nadie, ningún gobierno, por más eficaz que sea, de ningún signo, puede bajar la pobreza y la desigualdad del ingreso sin herramientas de política pública. PRI y PRD, desde la oposición a ultranza y del populismo, respectivamente, le escatimaron a Calderón una reforma fiscal que permitiera avanzar en una mejor distribución de la riqueza y el fortalecimiento del gasto social para luchar contra la pobreza, entre otras reformas.
Hoy, la mirada está puesta en la estrategia de Peña Nieto, quien nos aseguró que sabía cómo reactivar el crecimiento económico, crear más empleos y mejor pagados. También hay que atender las reformas estructurales que permitan iniciar una etapa de prosperidad para todos, principalmente para los mexicanos con menores ingresos.
Es hora de ver hacia delante y apoyar los cambios que México necesita, con generosidad, visión e inteligencia.