Ante las crecientes consecuencias del cambio climático y la imperiosa necesidad de lograr un acuerdo sobre una estrategia de desarrollo que sea sustentable en el tiempo entre producción, consumo y sus efectos, hay quienes proponen limitar o prohibir la ganadería, principalmente la intensiva.

Los argumentos de quienes comparten esta posición son que el crecimiento de la producción ganadera ha contribuido “al fenómeno del calentamiento global, a la contaminación de aguas y del aire, a la pérdida de biodiversidad y a la competición con el uso del suelo destinado a (otros) cultivos para alimentación humana” (https://bit.ly/33tjGqj).

A ellos se han sumado voces en defensa del bienestar de los animales y del maltrato que se les da a favor de lograr mayores tasas de producción y rentabilidad, y de quienes están preocupados por el uso de antibióticos y sus efectos en la salud humana.

La producción ganadera mundial produce 14.5% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero (https://bit.ly/3fRilN5), debido al “proceso digestivo de los animales y la descomposición de materia orgánica. Asimismo, el pasto para el consumo animal y la producción de carne suponen un elevado gasto de agua -1,695 litros para una hamburguesa—, energía y uso del suelo, poco sostenibles en la mayoría de los casos. La huella ecológica de la industria cárnica se hace notar en ecosistemas como las selvas sudamericanas, que sufren procesos de deforestación para la plantación de soja y pastos”.

A todo esto, hay que considerar que “la demanda de carne está en aumento. La FAO espera que crezca hasta 76% en las próximas tres décadas, en especial en China —cuya creciente clase media consume más productos cárnicos—, India o Brasil, y advierte que debe haber un cambio urgente”.

De ahí que han nacido diferentes iniciativas, desde las radicales que piden el cierre y prohibición de la industria ganadera hasta quienes invitan a limitar el consumo de carne. Es el caso de la propuesta de promover los “lunes sin carne”, que tiene origen en la Primera Guerra Mundial, “cuando el presidente estadounidense Woodrow Wilson pidió a las familias que dejaran de comer carne durante un día a la semana para evitar un racionamiento severo”. Después, por motivos más medioambientales, ha sido tomada la idea por varios líderes y organizaciones. Recientemente el alcalde de Lyon, Francia, decretó el año pasado la prohibición de la carne en los menús escolares de esa ciudad.

Prohibir la industria ganadera no resolverá el problema del calentamiento global y el deterioro medioambiental. “La energía, ya sea en forma de electricidad, calor, transporte o procesos industriales, representa la mayoría (76 %) de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los alimentos son responsables de aproximadamente 24% de las emisiones globales” (https://bit.ly/3H44Nd0).

Ayuda promover un consumo más equilibrado y sustentable, donde se privilegie, como lo recomienda el Programa de la ONU para el Medio Ambiente, “el consumo de carne de granjas ecológicas y no de cría intensiva. Además, sugiere reemplazar la carne roja por el pollo, que suele producirse de manera más sostenible. Otras propuestas incluyen la recreación de productos cárnicos con componentes vegetales, que ya existen en el mercado gracias a diversas marcas de hamburguesas veganas. Con el agua que se emplea para elaborar 300 hamburguesas vacunas, se estima que se podrían fabricar más de 60,000 veganas” (https://bit.ly/33tjGqj).

Buscar culpar a solo un actor del deterioro medioambiental y caminar por la vía de limitar o prohibir industrias no solo no resuelve el grave problema del cambio climático, nos distrae de la necesidad de emprender un gran acuerdo donde todos participen aportando al objetivo.

Nos llegó la hora de la verdad y de la responsabilidad. Solo siendo objetivos y corresponsables evitaremos la degradación acelerada de nuestro mundo.