Si bien el turismo es una industria muy valorada por su aportación económica, antes de la pandemia del covid-19 ya presentaba tensiones complejas que ponían en duda su sostenibilidad.

La industria del turismo en el mundo representó en 2019 un valor de 8.9 billones de dólares, un poco más de 10% del PIB mundial, y representa 1 de cada 10 empleos. En México en 2019 aportó 86 mil millones de dólares, y creó 2.3 millones de empleos (6% del total de los empleos) y representó 8.7% del PIB nacional. Una vertiente económica muy valorada e importante.

Además, hay quienes la consideran como la única actividad que permite el traslado voluntario de dinero de los más ricos a los pobres por la gran cantidad de servicios que consumen los visitantes.

Sin embargo, también tenía sus detractores, principalmente aquellos que consideraban injusto que unos cuantos explotarán y se beneficiarán de los bienes públicos con objetivos privados que pertenecen a las comunidades. Y no solamente eso, unos cuantos capturaban grandes ganancias por los ingresos de los visitantes que deterioran los espacios históricos, culturales, sociales y naturales, aportando muy poco a su cuidado. De ahí nacieron diferentes iniciativas y fondos que buscaban un modelo de mayor justicia y sostenibilidad para el creciente turismo mundial.

En eso estábamos cuando llegó la pandemia del coronavirus y obligó al cierre casi total de la industria del turismo. Hoy, la ocupación de los hoteles en el mundo ronda 10%. El poderoso sector de los cruceros, que antes de la crisis sanitaria, tenía un valor aproximado de $150,000 millones de dólares, está desplomado y asumiendo deudas crecientes.

El deterioro del turismo es brutal y afecta a muchos otros jugadores relacionados: empresas de aviación y aeropuertos, barcos y cruceros, inversionistas que financiaban la construcción de los hoteles y los complejos turísticos; pero también están afectando a los agricultores y campesinos que proveían de alimentos al turismo, a los artesanos y los prestadores locales de diferentes servicios, como los restauranteros y los guías de turistas. El desastre tiene proporciones todavía insospechadas y difíciles de cuantificar.

Hay quienes calculan que la caída promedio de ingresos del sector turismo este año será de aproximadamente 80%. Inimaginable y contundente golpe.

Al parecer el único ganador en este terrible escenario es el medio ambiente y los ecosistemas naturales que han tomado un respiro urgente. Pero se duda que este dure mucho tiempo, porque el cuidado de la naturaleza también dependía de los recursos, aunque escasos e insuficientes, que provenían de la misma industria turística.

¿Qué pasará con el turismo ante una reactivación económica que se ve lenta, gradual y no ajena a retrocesos por la posibilidad de rebrotes y los miedos de ser contagiados? ¿Estamos viviendo el fin del turismo?

No lo creo. Pero sí creo que estamos viviendo el fin del modelo de turismo dominante hasta antes de la pandemia.

Todavía los expertos no se ponen de acuerdo, pero adelantan algunas tendencias del nuevo turismo de la “nueva normalidad”:

  • Un incremento importante de sus costos. Ello al tener que depender de menos turistas y más medidas de protección sanitaria, lo cual puede provocar una concentración de la actividad en pocas manos. Sin soslayar el posible incremento de tasas fiscales ante la escasez de la recaudación pública. Es probable que el turismo se convierta en un gusto más exclusivo.
  • Un adelgazamiento de la industria en el corto plazo. Solo los más grandes y fuertes sobrevivirán al desastre de la caída de los visitantes y de los ingresos.
  • El crecimiento del turismo local y próximo. Frente a los temores de viajar y pasar por aeropuertos congestionados, sumados al probable incremento de restricciones y requisitos de viajes internacionales en el corto plazo, la industria turística tendrá que buscar a clientes más cercanos.

Llegó el momento de reinventar el turismo si queremos que sobreviva y recobre su vitalidad. Es el momento de repensar esta industria como parte de la economía del país, que permita hacerlo sostenible no solo como una importante fuente de ingresos de corto plazo, sino como parte de un sistema equilibrado que considere el medio ambiente, la explotación responsable socialmente de los bienes públicos y de la escala adecuada que permita cuidar, conservar y hacer crecer lo propio. Hay mucho que hacer y poco tiempo para reaccionar. Aquí se requiere de liderazgo. ¿Quién lo asumirá en el caso de nuestro país?