Los partidos políticos son instrumentos básicos de la relación entre Estado y sociedad y, a partir de ellos, se conforman los poderes públicos y las representaciones parlamentarias. Los partidos modelan la acción ciudadana y canalizan la voluntad popular y, a través de ellos, los líderes políticos estructuran y le dan sentido y coherencia a sus visiones y propuestas.

En el marco de nuestro sistema de partidos, llaman poderosamente la atención las particulares características que distinguen al Movimiento Regeneración Nacional (Morena), la fuerza política creada por AMLO en 2011 y que lo llevó a la Presidencia del país en las elecciones de 2018.

Morena, si bien cuenta con una declaración de principios, un programa de acción y unos estatutos, así como con un padrón de militantes, tiene aspectos críticos no resueltos: carece de reglas internas que le permitan dirimir aspectos básicos de la vida partidaria y coexisten a su interior múltiples corrientes, fuertemente confrontadas entre sí.

Lo que tanto criticaban del PRD, la persistencia de numerosas “tribus”, lo tiene Morena en casa, bajo la figura de facciones que tienen visiones encontradas. Parece más una coalición de intereses que un partido político dotado de una vida institucional. Eso lo asemeja más al PRI.

Una muestra de ello, son los ataques que se cruzan entre sí algunos de los candidatos a ocupar la presidencia y la secretaría general del partido, que ha derivado en la amenaza del diputado Porfirio Muñoz Ledo (uno de los 100 prospectos a dirigir Morena) al canciller Marcelo Ebrard de expulsarlo de las filas de la organización por supuestamente apoyar las aspiraciones del diputado Mario Delgado.

En el contexto de un proceso tenso y accidentado, las autoridades electorales han emitido un mandato para que la elección de los cargos directivos se haga a través de una encuesta abierta a la población en general.

Fuera de su adhesión a la 4ª Transformación, un conjunto difuso de propósitos que no cuentan con plazos, estrategias ni indicadores, Morena carece de una plataforma política que le permita posicionarse y proyectar una personalidad propia ante los electores. Hay muchas incosistencias y lagunas en su proyecto de nación.

Para los ciudadanos Morena es López Obrador. Esto fue una ventaja en las elecciones de 2018, donde el efecto de arrastre de AMLO rindió frutos para todos sus candidatos. Sin embargo, el López Obrador de 2021 no será ya el de hace tres años; además, su nombre no estará en la boleta.

Esta organización política necesita forjar su propio perfil, institucionalizar sus procesos internos para evitar el descrédito y el desgaste en el que lo han metido la lucha por el control de la dirigencia.

Si todo el debate y los forcejeos que estamos viendo entre los distintos prospectos a ocupar la cúpula partidista, es para simplemente apoderarse de la estructura y lo que esta representa (candidaturas, dinero público, cargos directivos en los tres niveles de gobierno), y no para construir un partido más abierto a la pluralidad, más tolerante y atento a las voces de esa otra parte importante de México, entonces se habrá desperdiciado una gran oportunidad.

Morena puede y debe constituirse en el instrumento, no para aniquilar y humillar a los que piensan distinto, sino para fortalecer el diálogo entre el poder y los ciudadanos; debe convertirse en un puente para reconciliar a los mexicanos y cerrar las brechas generadas por la polarización. Podría ser un puente en corregir el pasado y darle un futuro a los mexicanos.

Aún más, Morena debe apoyar al presidente aportando inteligencia pública, propuestas que mejoren la calidad del gobierno para que le vaya bien a López Obrador y le vaya bien a todos los mexicanos.

Y esto implica, a su vez, que AMLO deje de verlo exclusivamente como una correa de transmisión de sus decisiones, y reconozca en su partido a un interlocutor y aliado que tiene voz y merece consideración y respeto.

Morena encabeza la intención de voto en prácticamente todos los estados que tendrán elecciones en 2021 y es probable que conserve la mayoría en la Cámara de Diputados.

Por ello, su responsabilidad política es muy elevada, es ineludible.

Si se institucionaliza y toma las riendas una dirigencia dispuesta a cambiar las coordenadas del debate público, distante de las tendencias más radicales y la confrontación, esto puede generar cambios importantes no solo en el sistema político.

Puede abonar a la transformación de la vida pública a favor de un México más cohesionado, próspero y democrático. Un México donde quepamos todos.