El pasado sábado primero de diciembre, después de un largo y muy intenso proceso de transición, López Obrador asumió la presidencia de México.

Saliéndose por completo del tono republicano que debe prevalecer en una ceremonia de esta magnitud, convirtió el evento en un mitin de campaña; se abstuvo de toda cortesía política hacia Peña Nieto, a quien primero reconoció que no hubiera intervenido en las elecciones de julio para luego hacerlo trizas con juicios que resultaron insultantes para el presidente saliente. 75_INFOGRAFIA_Lopez obrador, presidente copy

Uso fórmulas simplistas para narrar la historia de un país que era feliz, que crecía a altas tasas y generaba empleos para todos; una vez más, hizo una apología del desarrollo estabilizador sustentado en el control estatal de la economía, en la autosuficiencia, en el mercado interno.

Ese México idílico, en la visión de AMLO, fue destruido por los malvados neoliberales, culpables de todo, desde la pobreza hasta el sobrepeso de la población. La Cuarta Transformación mira al pasado, no al futuro, está plagada de visiones nostálgicas.

Vimos un Presidente obsesionado en mostrar su capacidad para destruir, apelando a emociones negativas con el propósito de despertar sentimientos de agravio. Un Jefe del Ejecutivo federal debe de buscar ser factor de unidad (rol que históricamente ha buscado jugar la institución presidencial en un país plural y diverso como el nuestro).

En lugar de tender puentes para el diálogo y la conciliación con aquellos que no comulgan con su proyecto, lanzó una preocupante amenaza: “Haré cuanto pueda para obstaculizar las regresiones en las que conservadores y corruptos estarán empeñados”.

Esto abona a la crispación que ya se palpa en la discusión pública y que alcanza niveles de agresividad muy elevados en las redes sociales, plagadas de insultos y agresiones entre partidarios y detractores de la Cuarta Transformación.

AMLO le habló sólo al 52% de los ciudadanos que votaron por él. Esperemos que pronto recuerde que también es presidente del 48% que no votó por él y del 30% que no votó en las pasadas elecciones.

El discurso del Presidente no contribuye a cohesionar a los mexicanos. Segmenta a la sociedad entre sus fieles partidarios y los otros, a los que visualiza como enemigos de su proyecto de cambio.

AMLO perdió una magnífica oportunidad para generar esperanza y optimismo en un amplio sector que todavía se mantiene escéptico con respecto a su proyecto de cambio.

El discurso del Presidente constituye un riesgo para uno de los pilares de nuestro sistema democrático: la libre deliberación de las ideas, la coexistencia de visiones distintas que confluyen en la construcción de acuerdos.

Enrique Krauze ha llamado a López Obrador a utilizar con cuidado extremo sus palabras que, “usadas como vehículo de odio, pueden lastimar irremediablemente”.

Como señala el periodista Jesús Silva Herzog Márquez (Reforma, 3 de diciembre), el enorme poder que le fue conferido por los votantes en pasado primero de julio hace pensar al Presidente que podrá navegar solo, hacer, rehacer y deshacer las leyes que le dé la gana, rearmar a su gusto las instituciones.

A pesar de la debilidad crónica de los partidos de oposición, ha surgido ya la voz de los gobernadores para resistir las decisiones centralistas en materia de seguridad pública y cerrar el paso a los superdelegados.

López Obrador debe entender que llegó al poder por la vía de la democracia y que le debe respeto a sus valores y principios, a sus prácticas y propósitos.

Las expectativas generadas son demasiado elevadas. Se ha prometido mucho: seguridad, paz social, crecimiento económico y prosperidad, equidad social, transparencia, buen gobierno. Para responder a estas expectativas se requiere de unidad nacional, de un liderazgo generoso que cohesione a todos los mexicanos.

No le sirve a México, no le sirve al gobierno de la Cuarta Transformación la división ni la confrontación. Cuidado, señor Presidente.