La encuesta más reciente del periódico Reforma (mayo 2018) le da una intención de voto de 48% a AMLO, 30% a Ricardo Anaya y 17% a José Antonio Meade, los independientes resultan francamente irrelevantes, no traen capital político para pesar en la contienda aún y cuando se pensaba que El Bronco vendría a quitarle votos al candidato de Morena, lo cierto es que esto no está sucediendo.

López Obrador ha dejado atrás sus negativos: 48% tiene una opinión buena o muy buena del tabasqueño, 35% de Anaya y sólo 22% de José Antonio Meade, a quien le están pesando muchísimo dos cosas: la imagen del PRI (46% lo considera el peor partido y nunca votaría por él) y, por supuesto, la baja popularidad presidencial. 017_INFOGRAFIA_Recobrar la cordura copy

Los potenciales electores le asignan a López Obrador los mayores atributos positivos: 42% piensa que es el que más se preocupa por personas como uno; 42% que mejorará la economía de las familias; 40% lo considera el más capaz para gobernar; 36% que reducirá la corrupción; 32% que será el más eficaz en el combate al narcotráfico y al crimen organizado. No obstante, 32% considera que podría desestabilizar al país y a 3 de cada 10 mexicanos les preocupa un posible pacto con los narcotraficantes.

Por si fuera poco, Morena podría ganar hasta cinco de las nueve gubernaturas que estarán en juego este año con ventajas que parecen ya irreversibles en Ciudad de México, Morelos, Tabasco y Chiapas. A poco menos de dos meses de la elección, no sé si le alcanzará a sus contrincantes para alcanzar a López Obrador y eventualmente derrotarlo, pero lo cierto que Morena y su líder han venido a convertirse en el nuevo referente para el ejercicio del poder en México.

Morena no es un partido político en el sentido clásico que conocemos, con una estructura, un padrón de militantes, un eje programático claro, un cuerpo bien definido de doctrina, principios y valores, es una avalancha, dice Héctor Aguilar Camín. Los reportajes destacan los mítines de campaña de AMLO, quien cautiva ya no sólo en los viejos bastiones de la izquierda, ahora también se rinden las ciudades del norte y centro del país, los auditorios universitarios.

¿Qué hay detrás de todo esto? Más allá del carisma personal de AMLO (muy limitado por cierto) está lo que él encarna y representa para una enorme masa de mexicanos: es el outsider, el antisistémico puro, el líder capaz de encabezar y canalizar el torrente de enojo social con la corrupción, la inseguridad, la pobreza, la descomposición moral de las élites políticas y la falta de solidaridad social de las élites económicas. Desde el cardenismo, en los años treinta del siglo pasado, no veíamos un fenómeno de masas de este calibre.

AMLO que puede llevar a Morena a tener una importante presencia en las cámaras de diputados y senadores, lo que le acercaría el margen para reformar y derogar leyes sin contar prácticamente con contrapesos. AMLO, además, tendría a su servicio los poderosos instrumentos con que cuenta el Ejecutivo federal en un sistema todavía muy presidencialista como el mexicano. AMLO y su partido deben entender que el ejercicio del poder implica responsabilidades con la democracia.

José Woldenberg ve un resorte autoritario en AMLO, listo a desautorizar, muchas veces de manera ofensiva, cualquier opinión que vaya en contra de sus visiones e intereses. Estamos frente a una “conducta renuente a la deliberación, incapaz de apreciar los valores de la disensión”. No es sólo el candidato, son también sus seguidores. Dice Isabel Turrent (Reforma, 29 de abril) que cualquier intento de rebatir o cuestionar al candidato de Morena deriva automáticamente “en una avalancha de amenazas, insultos y descalificaciones”. Basta ver el tono de la discusión en las redes sociales.

Estoy leyendo Para combatir esta era, un libro excepcional de Rob Riemen, director del prestigiado Nexus Institute, un centro de pensamiento que busca estimular el debate público y ofrecer contrapesos a toda forma de fanatismo. Reiner señala como sumamente peligrosa esa gente que se niega a ser confrontada con valores intelectuales, que considera que escuchar y evaluar las opiniones de los otros no es necesario, que se alimenta solo de descalificaciones y no quiere leer ni escuchar nada más; en su peor expresión, estos fanáticos niegan la existencia de los otros.

No permitamos -y este es un llamado a los simpatizantes de Morena, quienes están obligados a contender con las reglas de la democracia- que la pasión por el proceso electoral envilezca y polarice la vida pública. Si AMLO logra ganar la Presidencia, lo hará con el respaldo de cerca de 30 millones de electores.

Pero habrá otros 60 millones con los que tendrá que dialogar y a los que tendrá que convencer de la viabilidad de su proyecto. Así de plural es este país. Así es la democracia mexicana.