La solicitud de licencia de Gustavo Madero para separarse de la dirigencia del PAN durante tres meses, con la finalidad de aspirar a una diputación federal plurinominal en los comicios de 2015, constituye una oportunidad para hacer un balance de su gestión al frente de ese partido, y para plantear las tareas que deberán conducir a su renovación política.

Han sido 4 años de claroscuros. Lo rescatable: el papel que asumió el PAN en el Pacto por México y en el rumbo de las reformas estructurales. Con su rol en la definición de la fiscal y la energética, el blanquiazul se posicionó como un partido moderno, aliado de las clases medias y del sector empresarial, que han sido sus bases tradicionales de apoyo electoral.

Lo malo: el retroceso electoral. Madero heredó un partido que venía de una inercia desfavorable desde 2009-2010, al haber perdido estados que gobernaba como Aguascalientes, San Luis Potosí, Querétaro y Morelos. Durante su gestión se perdió Jalisco, en el DF se logró sólo 14% de los votos en 2012, y se ganó Guanajuato, pero se perdió León, hasta entonces “la ciudad más panista del país”.

Madero fue sólo un observador de la desastrosa campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota. El dirigente nacional panista no tuvo ni el liderazgo ni la visión para corregir las cosas. Las consecuencias fueron fatales: en 2012 el PAN perdió por amplio margen la Presidencia (fue la votación más baja conseguida por un candidato presidencial de ese partido en 18 años); de 206 diputados en 2006 bajó a 114, y sus senadores de 52 a 38 en el mismo lapso.

En enero de 2013 se dieron a conocer las cifras del Padrón Nacional Depurado del PAN, que ahondaron la percepción de que este partido vive una seria crisis: se había perdido al 80% de sus afiliados, sólo 368 mil militantes, de un millón 868 mil que conformaban su padrón, decidieron quedarse en sus filas. La desbandada, la falta de credibilidad ciudadana en un partido en caída libre.

A lo anterior se vinieron a sumar hechos de corrupción y descomposición moral (acumulación de fortunas de origen inexplicable por parte de líderes y autoridades, solicitud de “moches” a alcaldes azules por parte de legisladores azules a cambio de asignaciones presupuestales, videos escandalosos, etc.) impensables en un partido que surgió en 1939 con el propósito de dignificar la política y dotarla de valores éticos.

La renuncia al partido de Juan Ignacio Zavala, prominente calderonista, dejó en evidencia la profundidad de las tensiones internas y el descontento que prevalece entre un amplio grupo de militantes con la ruta actual que sigue el partido. En una carta abierta, Zavala afirmó: “Tiene tiempo que no me parece casi nada de lo que pasa en el PAN, ni lo que se hace, ni quien lo hace. Sé que el PAN pasa por uno de sus peores momentos, pero no me asusta: la descomposición es algo natural en los partidos que pierden el poder”.

La llegada de Ricardo Anaya a la dirigencia nacional del PAN, líder de una nueva generación, un joven inteligente, talentoso, precedido de una brillante trayectoria en la Cámara de Diputados, donde exhibió probadas capacidades de liderazgo y conducción política, despierta la esperanza de que este partido pueda recuperar su proyecto y sus valores y resignificarse como una fuerza electoral competitiva.

En un momento donde empiezan a despuntar signos de descomposición política en el país, necesitamos un PAN que pese, democrático, moderno, portador de un quehacer político sustentado en la reivindicación de la moral pública, la transparencia y la amplia participación de los ciudadanos.

El PAN tiene que retornar a los principios de sus fundadores y balancear este legado con las necesidades de una sociedad compleja y cambiante, equiparse para el futuro. Un partido que desde el pensamiento de sus fundadores ahora se atreva a soñar con el porvenir. Tiene mucha razón Juan Ignacio Zavala, a pesar de los graves desafíos que enfrenta este partido, “hay miles de panistas que valen la pena y que sabrán sacarlo adelante”.