El Presidente Consejero del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, tiene razón: los comicios de junio se prefiguran como los más complicados de la historia política de México. Los motivos son diversos: un árbitro electoral que ha perdido legitimidad (el 65% de los mexicanos, de acuerdo con una encuesta  de marzo del periódico Reforma, considera que ese Instituto “está controlado por los partidos”), a lo que se suma un movimiento social que concentra cada vez más simpatías y que está llamando a anular el voto, a boicotear los comicios.

Otro ingrediente son los escasos incentivos de los ciudadanos a participar en este proceso: 6 de cada 10 considera que México no es una democracia, y un porcentaje similar dice que la publicidad de los partidos no le sirve para decidir su voto.

El desencanto es tal, que ya despertó la alarma del propio López Obrador y de sus intelectuales cercanos del diario La Jornada, quienes afirman que “si bien sufragando por un candidato no cambiamos el mundo, menos lo cambiaremos anulando el voto”. A Morena le urgen sufragios para consolidar su posición en el mapa político donde, de acuerdo a las actuales tendencias (Reforma, marzo), estaría peleando la cuarta posición en la Cámara de Diputados con el Partido Verde, que se ha convertido en el centro de la crítica pública por su abusiva y engañosa publicidad.

La crisis de legitimidad de nuestra democracia, seamos claros, se la debemos en gran medida a la propia partidocracia, que no actúa con base en valores democráticos (representación del interés popular, ética pública, transparencia, apego a la legalidad, apertura). Los partidos sólo se representan a sí mismos. Ahí están sus mecanismos de reproducción en el poder, vía el permanente reciclaje de sus cuadros políticos; el control de sus estructuras y liderazgos por parte de mafias, tribus y redes de parentesco; la promoción política con base en mecanismos de lealtad y no de eficacia y vocación de servicio. Sobre la baja calidad de los candidatos ha sido crítico el Consejo Coordinador Empresarial.

Las campañas para estos comicios intermedios se caracterizan por una enorme pobreza argumental; no recuperan ni entienden las preocupaciones y anhelos de los ciudadanos.

Se aprovechan del desinterés de la gente para abusar de clichés, fórmulas retóricas huecas (“seguridad y justicia para la salvación de México”, promete el Partido del Trabajo; “trabajamos por lo que te importa”, dice el PRI; “somos un partido sin políticos” afirma Encuentro Social; “soy turquesa a huevo” postula Nueva Alianza; México “está detenido” denuncia el PAN).

¿Dónde están las alternativas concretas para enfrentar los desafíos en materia de inseguridad, bajo crecimiento económico y combate a la corrupción? Los mexicanos quieren una democracia no sólo genuina, sino también eficaz.

El mayor riesgo para los comicios de junio está en el desgaste de esta democracia que con muchos sacrificios hemos construido, y que la partidocracia se ha encargado de desnaturalizar y desvirtuar. Una democracia que los ciudadanos miran no como un instrumento, un método y un sistema para generar bienes públicos, sino como el escenario de un lamentable espectáculo político donde los partidos dan, reciben, reparten, posiciones de poder, prebendas, presupuestos, al margen de la mirada de ciudadanos impotentes, carentes de mecanismos de control y fiscalización sobre sus representantes populares.

¿Quieren más pruebas sobre la negativa de la partidocracia a actuar con apertura? Ahí está su desdén a la propuesta formulada por el Instituto Mexicano para la Competitividad y Transparencia Mexicana para que los candidatos presenten las tres declaraciones (patrimonial, fiscal y de intereses).

Sobre la base de estos datos, me permito afirmar que vamos hacia una elección de trámite, con un nivel de abstencionismo elevado.

Es el peor de los escenarios para la democracia: con un gobierno ineficaz; con un Congreso rehén de los intereses de la partidocracia; con un Poder Judicial capturado por amigos del Presidente. ¿Qué sigue? Sí, algo muy peligroso, la fascinación por el populismo.