De acuerdo con el estudio “Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo”, patrocinado por la FAO y un conjunto de empresas globales afiliadas a la iniciativa Save the Food, alrededor de un tercio de la producción de los alimentos destinados al consumo humano se pierde o desperdicia en todo el mundo. Esto equivale a aproximadamente 1,300 millones de toneladas al año, cantidad suficiente para erradicar el hambre que sufren 800 millones de personas en el planeta.

En definitiva el problema no es de producción, sino de distribución. Y es aquí donde los intereses complican las soluciones y donde sólo la intervención activa y organizada de la sociedad puede resolver el reto de acabar con el hambre.

En México, de acuerdo con un estudio de la Sedesol, se desperdicia 37% de los alimentos en distintos puntos de la cadena, algo sencillamente irracional e inaceptable cuando la Cruzada contra el Hambre del Gobierno Federal busca atender a 7.01 millones de mexicanos con carencia alimentaria y pobreza extrema.

El gobierno, en una primera fase de la Cruzada, buscó acercarse a distintas corporaciones privadas dedicadas a la comercialización de alimentos para diseñar productos altamente nutritivos de bajo costo y promover proyectos productivos que le permitieran a la población objetivo de la Cruzada mejorar sus ingresos y lograr mayor autosuficiencia alimentaria, sin resultados concretos. Hoy están en el olvido. Son más poderosas las ganancias y el egoísmo sin razón ni límites.

En México coexiste a la vez que somos el primer lugar de obesidad en el mundo, con 52 millones de pobres, el mercado más rentable de las compañías de refrescos y ¨comida chatarra¨, y un sistema de salud en quiebra por la atención, entre otras causas, de las enfermedades provocadas por el sobrepeso. Nos horrorizamos de que entre 2006 y 2012 murieron 100 mil mexicanos en la lucha contra el crimen, y no reaccionamos ante 600 mil mexicanos que murieron por la diabetes en el mismo período, como lo asegura Santiago Pando, publicista de Vicente Fox y hoy dedicado a crear conciencia activa.

La Cruzada contra el Hambre es una buena idea, pero carece de un espacio de colaboración real, abierto, flexible y efectivo, con las empresas y la sociedad organizada. Hay buenos indicios para caminar por esta ruta. Ahí están los resultados que obtiene la Cruzada del lado de la sociedad civil, en el caso de los Bancos de Alimentos de México (BAM), encabezados por un paisano nuestro, Federico González Celaya, organismo que tiene un papel central en el cumplimiento del objetivo número cuatro de la Cruzada “minimizar las pérdidas post-cosecha y de alimentos durante su almacenamiento, transporte, distribución y comercialización”.

BAM está conformado por una red de 61 bancos de alimentos –la segunda más grande del mundo- que logró acopiar el año pasado 117 millones de toneladas de alimentos que seguramente se hubieran desperdiciado para atender a un millón 137 mil beneficiarios, 270 mil familias. Son números contundentes que hablan de la enorme energía social existente en México.

Después de un incansable transitar ante instancias gubernamentales, de tocar muchas puertas, Federico por fin lo consiguió: el Presidente Peña Nieto ha reconocido el papel de los BAM y el Gobierno Federal, después de una espera de casi dos años, ha comprometido una inversión de 190 millones de pesos para la apertura de 10 bancos y un centro de acopio que permitirán rescatar 43 mil toneladas de alimentos para beneficiar a cerca de 370 mil personas que forman parte de los 4.2 millones de beneficiarios que atiende la Cruzada contra el Hambre.

Ésta es la dirección correcta: apoyarse en la sociedad y sus capacidades para enfrentar juntos el inmenso y urgente reto de acabar con el hambre en México.

En la alianza gobierno-sociedad hay un enorme potencial para atender otros temas también prioritarios: la salud, la educación, la atención de los grupos más vulnerables, la democratización de la productividad, la recomposición del tejido social, la reconstrucción de la seguridad desde abajo, desde la comunidad. La experiencia de los Bancos de Alimentos de México manda una señal muy clara y poderosa a este gobierno: es la hora de voltear la mirada hacia los ciudadanos organizados.