De acuerdo con fuentes periodísticas, en Nuevo León cada voto del candidato ganador, el Bronco, costó $0.40; en contraste el de Felipe de Jesús Cantú (PAN) costó $20.81 y el de Ivonne Álvarez (PRI) $23.61. El costo del sufragio por los aspirantes de las fuerzas políticas con menor arrastre electoral, resultó muy superior: PRD $282.84, PT $165.67. En el caso de los comicios para la gubernatura de Sonora, el periodista Luis Alberto Viveros, en su columna del 23 de junio, estima que cada voto por Claudia Pavlovich costó $193 y por Javier Gándara $226.10.

El costo de cada voto emitido a favor de Pedro Kumamoto Aguilar, candidato independiente ganador de la diputación local del distrito 10 por Zapopan, Jalisco, fue de $4.58 y recibió solo 18,000 pesos de financiamiento público.

Aunque las cifras surgen de un ejercicio matemático elemental, que consiste en dividir el dinero erogado en campaña contra los sufragios obtenidos, lo cierto es que nos dicen mucho acerca de lo absurdamente caro que resulta nuestro sistema electoral. No hay relación entre gasto de campaña y victorias electorales. Se pueden invertir carretadas de dinero (que son recursos públicos provenientes de nuestros impuestos), sin garantizar mayor productividad electoral.

Los candidatos independientes que ganaron cargos de elección popular (el Bronco; el propio Pedro Kumamoto; Manuel Clouthier, la diputación federal por Culiacán, Sinaloa; José Alberto Méndez Pérez, la alcaldía de Comonfort, Guanajuato; y Alfonso Martínez, la presidencia municipal de Morelia, Michoacán, entre los casos más destacados) lo hicieron con un mínimo de recursos, y sentaron un claro precedente: se puede ganar sin el apoyo de un aparato partidista y, sobre todo, que la clave no está en gastar más. El dinero no es la variable clave para ganar elecciones, entonces ¿por qué gastar tanto?

Nuestra democracia es muy cara y genera cada vez menos incentivos para la participación de ciudadanos que no se sienten representados por la partidocracia.

Los más de 1,170 millones de pesos que se entregaron a los partidos políticos para las campañas 2015 generan indignación en un país con tantas necesidades sociales. ¿Cuántos empleos, hospitales, escuelas de calidad, se pudieron haber generado con esos recursos? Reducir el costo de nuestro sistema democrático es una urgencia presupuestal, ética y política.

El éxito político de los independientes en los pasados comicios del 7 de junio, se explica no sólo por su capacidad para hacer una lectura precisa del rechazo ciudadano a la partidocracia, si no también para construir mensajes atractivos utilizando eficientemente el poder de Internet y las redes sociales para persuadir a ese sector que sigue siendo un enigma para los estudiosos de la opinión pública: los indecisos.

Los referentes de la competencia política en las sociedades democráticas modernas están cambiando a una velocidad vertiginosa. Barack Obama derrotó al candidato republicano, John McCaine en 2008 utilizando el poder de Facebook y Twitter, construyendo una poderosa red ciudadana a través de Internet. Así lo hicieron el Bronco y Kumamoto, y eso señala una tendencia hacia futuro.

Los actores políticos que no comprendan y asuman las implicaciones para la construcción de sus estrategias de voto de la existencia de una sociedad cada vez más informatizada que conforma sus visiones de lo público y sus preferencias electorales a través del mundo digital, en lugar de la farragosa, anacrónica y costosa dinámica de campañas sustentadas en concentraciones masivas, entrega de dádivas, presencia mediática por los canales tradicionales (periódicos, radio y TV), de suma de simpatías y supuestas movilizaciones de votantes, se quedarán fuera de la jugada.

Es la hora de repensar las reglas para la competencia, de quitarle privilegios a la partidocracia y conformar una infraestructura electoral a la altura de lo que el país necesita. Sólo así, los ciudadanos volveremos a confiar en la política y en los políticos.

Es la hora de repensar la manera de ganar los votos, construyendo un nuevo diálogo directo, basado en estrategias e ideas innovadoras, con contenido y sentido ciudadano. Y esto no se aplica sólo para ganar campañas, creo que es más urgente para el caso de gobernar con éxito. Estamos dejando atrás un modelo anacrónico y obsoleto de comunicación masiva a uno directo, personalizado y de valor con el ciudadano. ¿Lo tendrán claro los ganadores de las elecciones?