Los partidos políticos son los instrumentos de la institucionalidad democrática. Por ellos transita la definición de la agenda nacional, el diálogo político, el procesamiento de nuestra pluralidad, la lucha por el poder, la conformación de los poderes públicos.

Mientras no exista una sociedad civil fuerte, una ciudadanía organizada y activa que equilibre su quehacer y transforme y dignifique la política, los partidos seguirán siendo el único espacio donde se definen los destinos de la nación.

Hoy, los tres grandes partidos nacionales atraviesan por una crisis de proyecto, de visión estratégica, de cohesión interna. En el PRI, por ejemplo, podemos distinguir al menos dos corrientes. Por un lado los herederos del gen autoritario que lo caracteriza y que añoran las viejas prácticas clientelares, el control del poder a toda costa, el acotamiento de los espacios de alternancia política.

Por el otro lado, tenemos un sector del priísmo conformado por una serie de actores vinculados a Peña Nieto, portadores de una visión más moderna de la política y de la ruta para cimentar la hegemonía gubernamental. Ahí se ubican los promotores del Pacto por México. De la solución a esta tensión interna del PRI, dependerá en mucho hacia dónde se habrá de conducir el país.

El PAN y el PRD, por otro lado, están siendo escenario de una abierta disputa por el liderazgo y el control partidario. Tanto Jesús Zambrano como Gustavo Madero viven en medio de diferencias internas.

La crisis es más visible hoy en el PAN. Si los panistas se centran en la lucha por el control de la burocracia partidista, estarán perdiendo una oportunidad única para emprender algo que es sustancial, estratégico: la reconstrucción y revitalización de un partido que ha perdido el 80% de su militancia; que llega debilitado, con un bajo perfil competitivo, a las elecciones de este año.

Un partido que corre el riesgo de perder su conexión con los ciudadanos, que se esta tardando en generar una oferta atractiva, moderna, para una sociedad abierta que ha cambiado radicalmente sus referentes culturales, su percepción de la política.

El PAN está frente al reto de emprender una revisión profunda de su manera de hacer política, renovar y refrescar sus liderazgos, voltear la vista hacia la sociedad y desde ahí construir un partido a la altura de estos tiempos. Lo otro, la lucha por el control de un aparato partidista vacío, sin alma, sin idea, sin imaginación y emoción política, solo conducirá al abismo.

El PRD vive atrapado en su eterna lucha entre sus corrientes internas, donde solo el talento de Jesús Zambrano ha permito seguir dándole cohesión a una izquierda sin proyecto, enfrascado en sus lucha por el poder, los dineros y los extremismos de grupos como los lópezobradoristas. Aquí urge abrir paso a una propuesta de izquierda moderna, democrática e inteligente. Ojalá pronto Marcelo Ebrad entre a dirigir un nuevo proyecto para una izquierda necesaria en este país.

En fin, nos debatimos en tiempos complejos y determinantes para el futuro del país, y los partidos y sus grupos de poder solo alcanzan a enseñar sus limitaciones y ambiciones cortoplacistas. Mucho México para tan pocos partidos.