Elizabeth Ramírez vive en Oaxaca, un estados en pobreza. Antes, el cuidado de su pequeño hijo le impedía trabajar para superarse. Hoy, Elizabeth es una de las casi 270 mil mujeres que han sido beneficiarias por el Programa de Estancias Infantiles. Ella afirma: “Gracias a que mi hijo está bien cuidado pude obtener un empleo que se ajustara a mis horarios, y así ayudar al gasto familiar; ahora soy una mujer más productiva”.

Las evaluaciones señalan que 84% de las beneficiarias tienen actualmente un empleo, y el ingreso de las mujeres aumentó a partir de su incorporación al programa.

De acuerdo con el Banco Mundial en su documento “El efecto del poder económico de las mujeres en América Latina y el Caribe”, la participación de las mujeres en el mercado laboral fue clave para reducir los niveles de pobreza en América Latina en la última década.

Las mujeres –afirma el estudio– han jugado un papel fundamental en el logro de la disminución de la pobreza con su participación laboral a una tasa de crecimiento de 15% entre 2000 y 2010.

Sin el incremento en el ingreso de las mujeres, la pobreza extrema en América Latina para 2010 hubiera sido 30% mayor que una década atrás.

La participación de las mujeres en el mundo del trabajo, en síntesis, resulta vital para mejorar la calidad de vida de toda la población. Y esto habla, finalmente, de un hecho incontrovertible: la equidad de género es no sólo un imperativo acorde con la democracia y el ejercicio de una ciudadanía plena para las mujeres, sino que rinde importante dividendos económicos y sociales a nivel macro.

En México estamos buscando impulsar la integración de las mujeres a la vida productiva, no sólo a través de la apertura de espacios de cuidados infantiles para que puedan laborar, capacitarse o seguir estudiando para mejorar su capital humano.

La reciente reforma laboral propuesta al Congreso por el presidente Calderón contempla, entre otros aspectos positivos para las mujeres, prohibir la exigencia de certificados de ingravidez por parte de los patrones e instituir el teletrabajo, el trabajo a distancia con tecnologías de la información, para que las mujeres puedan compaginar sus necesidades de empleo con sus responsabilidades familiares. Ello, además, con acceso a seguridad social.

No puedo dejar de mencionar la inclusión de 6.5 millones de mujeres beneficiarias del Programa Oportunidades a los servicios financieros, en lo que constituyó el proceso de bancarización más grande del mundo.

El acceso a sistemas de ahorro y microcréditos puede convertir a estas mujeres en poderosos agentes de cambio. Basta con voltear la mirada hacia la experiencia del Banco Grameen, en Bangladesh, que a partir de pequeños préstamos y capacitación empresarial, ha hecho de las mujeres un motor para la superación de la pobreza.

En un país como México, donde subsisten aún importantes retos de equidad entre hombres y mujeres, así como una cultura discriminatoria, es necesario seguir impulsando políticas públicas con visión de género con un sentido transversal y un enfoque integral para construir un país más incluyente, donde quepamos todos con los mismos derechos y libertades.

Detrás de este reporte del Banco Mundial subyace una evidencia: invertir en las mujeres es la manera más efectiva de combatir la pobreza global, la violencia y la desintegración del tejido social.

Sigamos trabajando por una agenda a favor de este sector de la población; le conviene al desarrollo y a la democracia; le conviene a México.