El desenlace estaba previsto al calor de la indignación social por el caso Ayotzinapa y la “casa blanca”, la percepción de una desmedida corrupción, de una economía que no crece, que no genera empleos ni bienestar, del incremento de la inseguridad. La popularidad del Presidente se está desplomando en medio de una creciente incertidumbre sobre su capacidad para gobernar.

Hace unos días se dieron a conocer los resultados de varios estudios de opinión. El del periódico Reforma reporta una aprobación de 39% a Peña Nieto, el nivel más bajo que ha tenido un Presidente desde 1995. Entre líderes el consenso cae a sólo el 21%.

En lo que respecta a la calificación al Presidente, los ciudadanos le otorgan un 5.1, los líderes 3.6 (en abril de 2013, en plena euforia por el Pacto por México, le daban una calificación de 7.1). El 62% de los ciudadanos considera que el país va por mal camino. El ámbito peor evaluado es el del combate a la corrupción, donde el 91% de los líderes considera que la conducción gubernamental va mal o muy mal (ciudadanos 72%). En todos los demás rubros -economía, combate a la pobreza, lucha contra el narcotráfico y la violencia, seguridad pública- la percepción de que la cosa va bien no rebasa el 25%.

La encuesta de Parametría arroja también resultados muy desfavorables: 63% de los mexicanos opina que el país va por el camino equivocado, 46% que la economía ha empeorado, 87% que México es poco o nada seguro.

Pero estas calificaciones tenemos que contextualizarlas para evitar errores en su análisis.

Vivimos un mal momento para lo público, tanto a nivel nacional como global. La desaprobación de lo público no es nueva, viene creciendo desde años atrás y es con TODO lo público (autoridades gubernamentales de todos los niveles, legisladores, partidos, jueces, incluso el Ejército tradicionalmente una de las instituciones más confiables para los ciudadanos).

Hay un notable desencanto social hacia la democracia y sus instituciones representativas. El predominio de la antipolítica en el ánimo ciudadano (“que se vayan todos” era el clamor en la crisis argentina del año 2011) está creando un peligroso caldo de cultivo contra las instituciones.

Este desánimo también es global. De acuerdo con Parametría, parece que no le va tan mal a Peña Nieto con un nivel de aprobación de 44% en un contexto donde Juan Manuel Santos de Colombia tiene 40%; Dilma Rousseff de Brasil 39%; Nicolás Maduro de Venezuela 36%; David Cameron de Inglaterra 36%; y en el fondo Francois Hollande (Francia) y Mariano Rajoy (España) con 13%.

Aún asi, no se entiende de por qué los actores públcios no reaccionan. ¿Por qué nuestra partidocracia no es capaz de verse en el espejo cuando una encuesta del periódico Reforma revela que 83% de los mexicanos piensa que los políticos actúan con frivolidad; el 86% que son mentirosos; el 52% tiene vergüenza de ellos, y el 90% está convencido de que despilfarran los dineros públicos?

A nadie le conviene un Presidente débil, sin legitimidad, sin capacidad de convocatoria. Recomponer el liderazgo y la credibilidad de la institución presidencial es responsabilidad de Peña Nieto.

Pero a nosotros, los ciudadanos, nos toca vigilar y procurar que, tanto el Presidente como la partidocracia, se comprometan efectivamente con la eficacia en el ejercicio de gobernar, con la transparencia y la rendición de cuentas. Está en juego la legitimidad de nuestra democracia como el mejor sistema para resolver nuestros dilemas públicos.